Grupo de matrimonios cristianos católicos de la
Diócesis de Getafe


sábado, 16 de febrero de 2013

Reflexión del Sr. Obispo auxiliar de Getafe: La obediencia que vence



I Domingo de Cuaresma, 16 de febrero de 2013


La Cuaresma es camino de retorno. Si la desobediencia de Adán expulsó al ser humano del Paraíso desterrándolo al desierto, la obediencia de Cristo ha abierto a la Humanidad el camino que conduce del desierto al Paraíso. Para volver a Casa es necesario recorrer el camino del Redentor, o mejor, acoger al Redentor como nuestro Camino. Por eso, en el primer Domingo de Cuaresma, la Iglesia pide para sus hijos «avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud». Conocer más para vivir mejor: en los misterios de la vida de Cristo está el secreto de la condición humana vivida en plenitud.

Tras recordarnos la Iglesia, el Miércoles de Ceniza que, sin el soplo de vida del Creador, no somos más que polvo, los Domingos de Cuaresma se nos ofrecen como etapas para crecer en el conocimiento del Salvador. La primera etapa nos lleva, bajo la acción del Espíritu Santo, al desierto; consiste en un combate; y se completa con la imitación. Cada uno de los elementos del relato evangélico desvela las huellas de Cristo. Para seguirle, hay que poner los pies donde Él los puso primero.

La primera disposición del Espíritu sobre Jesús, tras el Bautismo que inaugura el ministerio público, es llevarlo al desierto para ser probado. El ungido es el probado. La prueba se realiza con unción y desde la unción. Las tentaciones tienen lugar en el desierto. Geográficamente, parece designar la depresión que hay junto al Jordán, al norte del Mar Muerto. El desierto posee, además, un sentido teológico: en el desierto fueron tentados y vencidos Moisés e Israel; en el desierto es tentado Jesús, que vence donde otros cayeron. El número cuarenta, en el mundo bíblico, está lleno de simbolismos. En él se unen los cuatro confines de la tierra con los diez mandamientos, como expresión simbólica de la historia de este mundo.

Pasando cuarenta días en el desierto, Jesús ha asumido toda la historia de la Humanidad, con sus pruebas y dificultades, para redimirla. Satanás, el diablo, es el Tentador. En la Sagrada Escritura es presentado como «el más astuto de todos los animales» (representado en la serpiente), seductor, «homicida y mentiroso desde el principio». Satanás es el adversario del designio de Dios sobre la Humanidad; el que desea constantemente arrastrar al hombre a su propia desdicha. No es una personificación mítica del mal, sino un ser personal que actúa, adversario de Cristo y de sus seguidores. Toda la vida pública de Jesús aparecerá como un combate contra el Maligno.

Las tentaciones reflejan, por un lado, la lucha interior de Jesús por cumplir su misión, y, por otro, la pregunta sobre lo verdaderamente importante en la vida humana. El núcleo de toda tentación está en querer apartar a Dios, mostrándolo como irreal o, en el mejor de los casos, secundario. Como en el pecado del origen, en toda tentación se repite la misma propuesta: no es necesario contar con Dios para disfrutar de los bienes de este mundo (pan: primera tentación), para influir sobre los demás (ambición: segunda tentación), o para gozar de reconocimiento (vanidad: tercera tentación). Jesús vence al Tentador desde el amor obediente a la voluntad del Padre, indicándonos el camino de la libertad. La obediencia de hijos nos libera de los lazos del Tentador.

Fuente: http://documentosepiscopales.blogspot.com.es/#!/2013/02/la-obediencia-que-vence.html

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